El joven
candidato Emmanuel Macron, que no pertenece a ninguna de las dos grandes
familias de partidos democráticos de Francia, resultó ser el más votado en la
primera vuelta de la elección presidencial. Tras él, disputándole el
ballottage, está Marine Le Pen, del ultranacionalista y antieuropeísta Frente
Nacional. El tercero fue François Fillon, candidato conservador de Los
Republicanos –neogaullistas-, cuarto fue Jean-Luc Mélenchon y, en una quinta
posición el socialista Benoît Hamon.
El ascenso
de Macron se debe, en gran medida, a que los candidatos más centristas de Los
Republicanos y del Partido Socialista quedaron desplazados en las primarias
celebradas en ambos partidos. Entre los conservadores, el candidato más
centrista era Alain Juppé, ex primer ministro y actual alcalde de Bordeaux. Su
principal rival era el ex presidente Nicolas Sarkozy pero, contra todos los pronósticos, fue
François Fillon quien logró ganar ante Juppé en la segunda vuelta de la
primaria, con un discurso de ruptura liberal con el andamiaje del Estado francés.
En el
Partido Socialista, la alternativa más centrista estaba encarnada por el ex
primer ministro Manuel Valls, quien tenía como principal rival al ex ministro
Arnaud Montebourg. Por un proceso similar al de los neogaullistas, fue Benoît
Hamon el ungido en la segunda vuelta de las primarias, frente a Valls.
Estos
candidatos inesperados reflejaron la insatisfacción de los votantes con
aquellos candidatos que representaban la continuidad de un establishment que,
claramente, no satisface al ciudadano francés.
Hamon no
convenció al ciudadano promedio de Francia; Fillon vio escabullirse de sus
manos la presidencia de Francia cuando salió a la luz la denuncia de que su
esposa e hijos cobraron sueldos como asesores, durante años, sin haber prestado
ese servicio. Los Republicanos observaron aterrados cómo se les escapaba la
primera magistratura, e intentaron desplazar a Fillon para ubicar al moderado
Alain Juppé. Pero el candidato ganador de la primaria llevó adelante una
cruzada de valores tradicionales, anotándose el sostén de un núcleo de
seguidores católicos que lo respaldó a pesar de las denuncias en su contra. En
una exhibición de multitudes en Trocadero, Fillon demostró su capacidad de
movilizar a miles de personas en su apoyo, y los dirigentes de Los Republicanos
desistieron de removerlo.
Este
escenario ayudó, claramente, al ascenso de Emmanuel Macron, una figura nueva
que tuvo un breve paso por el ministerio de Economía durante la presidencia de François
Hollande. Desde esa cartera ministerial, impulsó medidas liberalizadoras para
darle más competitividad a la economía francesa, con lo que se ganó el respeto
de los sectores más liberales de la centroderecha y del mundo empresarial. Su
defensa abierta y sin tapujos de los beneficios de la Unión Europea, la economía
abierta, la globalización y el pluralismo, le atrajo votantes tanto de la
centroizquierda como de la centroderecha, alimentándose de los decepcionados
con los socialistas y los conservadores. El espanto que despierta una Francia
gobernada por Marine Le Pen, hizo el resto.
Lo cierto
es que los dos candidatos que pasan al ballottage tendrán que lidiar con un
parlamento sin mayoría. El presidente de Francia, por el esquema constitucional
de la V República, es un magistrado con mayores poderes que los tradicionales
jefes de Estado en Europa, una arquitectura institucional diseñada por el
General Charles De Gaulle. Cuando se convoque a elecciones parlamentarias, habrá
de verse si los conservadores y socialistas podrán recuperar el terreno perdido
en estos comicios presidenciales, ya que el sistema de circunscripción con
doble vuelta está pensado para favorecer a las estructuras partidarias desarrolladas
y consolidadas territorialmente. También ha servido para poner una fuerte valla
al crecimiento de partidos extremos, como el Frente Nacional, ya que el consenso
republicano ha servido para que en la segunda vuelta se elijan diputados de las
dos grandes fuerzas. En el caso más probable de que Emmanuel Macron gane en el
ballottage del 7 de mayo, deberá articular un gobierno de coalición con el
alicaído Partido Socialista o con los atónitos Republicanos, ya que su
movimiento En Marche! difícilmente logre
reunir un número significativo de bancas en el Parlamento. Puede darse el caso,
también, de una cohabitación con un primer ministro de otro signo político: el
presidente François Mitterrand –socialista- debió cohabitar con los primeros
ministros conservadores Jacques Chirac y Edouard Balladur en sus dos septenios;
luego el presidente Chirac –conservador neogaullista- debió cohabitar con el primer
ministro socialista Lionel Jospin durante su primera presidencia.
Dado el
rechazo abierto de conservadores y socialistas por el Frente Nacional y su
ideario, resulta impensable un gobierno de coalición de Marine Le Pen con esos
partidos.
Sea cual
fuere el resultado de la segunda vuelta, los dos grandes partidos tradicionales
de Francia deberán repensarse en lo inmediato, para no dejar que sus votantes
se corran hacia alternativas en los extremos, o bien dejarse fagocitar por el
emergente movimiento centrista de Macron. Esta elección ha sido la de las
grandes sorpresas, más allá de la dinámica propia de la política, ya que hasta
hace seis meses atrás, el escenario más probable era el de Alain Juppé en duelo
con Marine Le Pen, en tanto Manuel Valls iba a hacer un digno papel del Partido
Socialista. La reconfiguración de los partidos, el alineamiento de los partidos
democráticos en defensa de la Unión Europea, la permanencia en la OTAN y del
pluralismo, habrán de pesar en los años por venir. El esquema de la V República
y su semipresidencialismo habrá de demostrar cuán preparada está para permitir
un nuevo juego con actores no previstos.
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